Cooperar con una ONG es más saludable que cuatro días de ejercicio a la semana
«Los filántropos deberían correr más riesgos que las empresas». Una frase así sólo puede salir de boca de alguien como Bill Gates, que conoce mejor que nadie ambos mundos.Y que, además, predica con el ejemplo. El pasado verano, el hombre más rico del planeta, según el índice de multimillonarios de Bloomberg, copaba las portadas de los diarios tras realizar la mayor donación a la caridad de este siglo: un paquete de acciones de Microsoft con un valor de 4.600 millones de dólares. El 5% de su fortuna, nada menos.
El donativo se enmarcaba dentro de la campaña filantrópica The Giving Pledge (El compromiso de dar, en inglés), puesta en marcha en 2010 por el propio Gates y el megarrico Warren Buffett. Con su arenga de que los acaudalados deberían devolver algo a la sociedad con la que se hicieron ricos ya ha convencido a 150 grandes fortunas, incluyendo a George Lucas, Mark Zuckerberg y el fundador de eBay, Pierre Omidyar.
Gates y Buffett podrían captar a muchos más si al argumentario que manejan añaden otro motivo bastante más egoísta: ayudar a los demás beneficia seriamente a la propia salud. Ahora resulta que la filantropía no sólo es recompensada con exenciones fiscales por parte de los gobiernos, sino que también puede alargar la vida.
La explicación: el comportamiento generoso activa la ruta mesolímbica, es decir, la parte del cerebro que responde a las recompensas emocionales. Como consecuencia, se libera un chute euforizante de dopamina y endorfina. Una respuesta casi idéntica a la que se produce mientras devoramos un rico pastel o practicamos sexo.
Millonarios como Bill Gates y Warren Buffett saben que la solidaridad es bidireccional: ayudar a los demás alarga la vida entre cuatro y siete años.
LO DICE DARWIN. Al fin y al cabo, la evolución no sólo favorece a los individuos más sanos; también lo hace a los que mejor viven en grupo. Por eso, nuestra masa gris siente el mismo placer si nos damos un festín que si echamos una mano a nuestros congéneres o apoyamos una causa benéfica. A esta catarata de sustancias placenteras hay que añadir la oxitocina, un neuropéptido que se genera al ayudar a los demás y que actúa como antídoto natural contra el estrés. Es decir, contrarresta los efectos dañinos del cortisol, esa hormona terrible que aumenta el colesterol y las enfermedades crónicas, entre ellas el cáncer. Para colmo, la oxitocina pone freno a la depresión y la ansiedad.
Por suerte, no es preciso disponer de las grandes sumas de dinero de Bill Gates para gozar de la salud de hierro que proporciona la generosidad. Participar en acciones de voluntariado también le para los pies al deterioro físico. Un interesante estudio realizado en California (EEUU) reveló que los voluntarios que se involucran en dos o más organizaciones tienen un 63% menos riesgo de fallecer que quienes descuidan su lado altruista. De hecho, colaborar con una ONG, ya sea grande como Médicos Sin Fronteras y Aldeas Infantiles o pequeña como Open Arms (la española dedicada a salvar a los refugiados del Mediterráneo), reduce la mortalidad más que practicar ejercicio físico cuatro veces por semana. Ahí es nada.
Otra investigación, realizada por el Instituto Max Planck para el Desarrollo Humano (Alemania), reveló que los adultos que dedican parte de su tiempo a ayudar a los demás viven de cuatro a siete años más que los que no muestran actitudes altruistas. Incluidos los yayos que cuidan de sus nietos. Eso sí, no es una panacea: a niveles moderados es beneficioso, pero si nos pasamos de solidarios podemos sufrir tal estrés que la tortilla acabaría dándose la vuelta.
«Sospechamos que el comportamiento prosocial saludable tiene su origen en la familia», explica a PAPEL Ralph Hertwig, coautor del estudio del Max Planck. «Todo indica que el comportamiento de los padres y abuelos hacia los hijos dejó una huella en nuestros sistemas neuronales y hormonales que, a lo largo de la evolución, condujo al comportamiento altruista hacia aquellos con los que no estamos emparentados», apunta.
Quizás eso ayude a entender por qué, en lo que a bienestar se refiere, gana más quien da que quien recibe. Otra investigación, del American Journal of Public Health, revelaba que, a la salud de los mayores de 65 años, le sienta mejor ayudar a otros que recibir apoyo. «El contacto social es bueno en la medida en que te proporciona oportunidades de ayudar a los demás», concluían los investigadores.
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